CLUB DE LECTURA ALJAIMA -- Ya sabéis que nos gusta hacer un resumen de los libros que vamos leyendo y las reuniones que vamos teniendo en torno a ellos. Para saber si el libro gustó o no, qué comentarios generó y también para que sirva de referencia para otros clubes o lectores que se hayan decidido por su lectura.
El día 31 de marzo comentamos “AGOTADO DE ESPERAR EL FIN” de ANTONIO MAGÁN. En esta ocasión no seré yo quien haga el resumen sino que será el propio Antonio quien nos dejará una reseña de como resultó el encuentro con nuestro club. Otro coletazo de buena literatura para seguir alargando un poco más el recuerdo de ese encuentro tan interesante y esclarecedor. Muchas gracias Antonio por tu visita. Esperamos tenerte pronto de nuevo con nosotros.
“La vida no es justa. Es un cuchillo manchado de recuerdos que se endurecen. Acaricias con las yemas de los dedos la hiedra silvestre de las heridas y lees, en la hoja oxidada, el certificado de penales de tus pecados y temeridades. Con los ojos cerrados, pensativo, repasas con tristeza el mal que te infligiste. Existen los círculos abiertos, reventados en una asimetría feroz, en los que los recuerdos son pequeñas burbujas de acero que trepanan la piel. La vida no es justa. Ni debe serlo, no sería vida.
Entré a la Biblioteca Pública del Estado en Albacete, invitado por el Club Aljaima para hablar de Agotado de esperar el fin. Entré a la biblioteca buscándome. Horas y horas allí sentado, repasando los libros de derecho como un cordero imbécil al que la burguesía le había robado su alma. Pero no me vi. Nadie supo darme razón de aquel joven perdido.
Y así comenzó todo. Me recibió Julián, de negro. Había sembrado sobre una larga mesa los libros de mis autores preferidos, Knut, Cabrera, Miró, Valle, Miller, los que una vez me persiguieron por la playa del Albir en Sabuesos del Alma. Gracias Julián. Cómo se reían de mí aquellos cabrones. Eran pétalos de flores secas, extraños entre los ordenadores, las migas de pan de Pulgarcito que guiaban hacia Agotado de Esperar el fin. Esos cuentos no estaban escritos para ser leídos, ni para conformar un libro, sólo eran profundas expiraciones, en una vida agitada por el alcohol, la velocidad y una almaina que rompía la piedra en Tobarra. Y allí estaba mi querido Miguel Angel, el editor, para dar fe de que reposaron en su cajón casi tres lustros. Pero se publicaron.
Las mujeres del club me expresaron su rechazo a lo leído. Su falta de comprensión sobre lo que significaban los cuentos. Pero allí estaba yo para explicarles que sólo era dolor, y más dolor. Y un terrible peso en las espaldas que yo mismo me cargué. Atravesaba la calle Ancha, ya de periodista, como un fuego fatuo, un samurái tierno, rampante, bebiendo acetileno para soportar la fatiga de ser algo que no deseaba ser. Son cuentos en los que la velocidad no es la correcta, ni la transparencia musical, ni el dibujo negro de una sociedad gris. Algunas mujeres, las lectoras de Aljaima, me contaron la angustia que les había producido su lectura. Pensé, perfecto, ser capaz de angustiar a un lector es algo maravilloso, crear en él un salto al vacío o una pérdida de la gravedad cotidiana, es casi un milagro. Les conté como imagino los cuentos y dibujaba con las manos en el aire las escenas. Sí claro que sí, el protagonista es un masoquista que no quería cambiar su rol. Y había amigos. Y mucho silencio. Una lectora me dio gracias por la labor de mi madre como maestra con su hija a la que espabiló, mi madre no podía faltar, con lo que le hice sufrir, se hubiera sentido orgullosa, incluso de escuchar un dolor tan áspero. Y cuando todo acabó, advertí, leyendo un fragmento de mis diarios, que este libro está escrito por un endemoniado, un emboscado dentro de sí mismo. Cuentan los diarios de 1997, “nadie sabe lo que escribo, los tengo rodeados”. Y bajó el director de la biblioteca y me dio la mano. Gracias. Por fin tocó hablar de este libro maldito, de la vida como un cuchillo pringado de bacterias. Larga vida al Club Aljaima. Larga vida a Agotado de esperar el fin. Larga vida a mis amigos. Larga vida a mi editor, el Miguel. Gracias a todos.”
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