Volvimos.
Nos reencontramos en un entorno diferente y
provisional dado que nuestra biblioteca está cerrada temporalmente por reforma.
Lo que no cambió fue la conexión entre los miembros de este club, la fluidez de
conversación y las distintas y enriquecedoras opiniones sobre libros y más.
La lectura sugerida para este verano fue”
Anna Karenina” de Lev N. Tolstoi, una novela que, en principio puede abrumar
por su volumen (tiene más de 1000 páginas), la profundidad de los temas
que trata: diferencias sociales y procesos de cambio que comienzan a sentirse
necesarios, cuestiones políticas como identidad nacional o paneslavismo,
filosofía, religión y amor.
Como lectores del siglo XXI hay momentos en
los que la narración corre el riesgo de hacernos perder interés. Es
entonces cuando aparece la maestría del escritor y vuelve a captar
nuestra atención mientras nos señala las vicisitudes de uno o varios
personales, narrando no sólo la historia de amor de Anna y Vronski sino las
vivencias de otros muchos personajes: Levin, Kitty, Dolly, Oblonski,
Karenin…, tejiendo un tapiz que permite ver la sociedad rusa de la época
desde distintos ángulos.
La novela arranca con este párrafo
“Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su
modo”, que podría ser el colofón de la existencia de los personajes, infelices
cada uno a su manera.
“Anna Karenina” es una fascinante y enriquecedora novela social y psicológica, con momentos de introspección principalmente manifestados en el discurso interno de Levin y Anna, nos permiten seguir el carrusel de sus pensamientos, a menudo contradictorios y, por ello, plenamente humanos y actuales. El amor, eje principal de la novela, aparece en todas sus variantes: romántico, físico, filantrópico… Las dudas de los personajes principales, que aspiran a ser felices, amar y sentir que sus vidas tienen sentido mientras se debaten entre cuestiones éticas y la tentación de sucumbir a los deseos más viscerales e intrínsecos al ser humano, salpican las páginas. Tolstoi, tan preocupado por lo divino, aquí se convierte en creador, y no hay arquetipos en su literatura sino criaturas de ficción henchidas de humanidad, con todo lo que ello conlleva. Leer o releer literatura universal puede imponer e incluso dar pereza, pero cuando lo hacemos descubrimos porqué siguen estando en las estanterías de las bibliotecas, en los anaqueles de las librerías, o en las listas de imprescindibles. La fórmula es sencilla, pero magistral: sus páginas siguen estando vivas y, con ellas, vivimos nosotros.


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